El dolor de los pies desnudos

Pies desnudos y zapatillas de Anette Delgado durante una práctica de ballet. FOTO: Tomada de CubaAhora.
Termina. El acto ha acabado. Ella está ahí. Todos la miran. El telón comienza a bajar. Todos la siguen mirando. Los aplausos estallan en la sala. Te levantas y comienzas a aplaudir. Ahora esperas su retiré, antes de que el telón roce el suelo.

Tú no has dejado de mirarla. Piensas en la niña que soñaba con ser bailarina, en los intentos frustrados de hacer el split, en tu escasa elasticidad, en tu torpeza, en los regaños de la profesora, en los deseos de tus padres de que te inclinaras por alguna manifestación artística, en tu ineptitud para complacerlos.

El teatro queda en penumbras. Las sillas vacías. Y sigues de pie. Imaginándote su silueta, sus echappés y jetés en un escenario vacío. Te percatas que los otros se han ido. No hay nadie.

Corres antes que cierren el teatro. Descorres las cortinas. Llegas al camerino. Ella se ha ido. Tú también te vas. Te desvelas. Sueñas con Anette Delgado. Luego, al otro día, recibes la llamada de un colega para ir a entrevistarla. No lo crees. Llegas casi al finalizar una práctica en la sede del Ballet Nacional de Cuba. Nuevamente la persigues.

Estás ahí. A solo unos metros Anette se mece en el aire. Flota y desliza la punta de los pies sobre las tablas. Su partenaire, Dani Hernández, la sostiene, la levanta y al caer se tuerce un tobillo. Pero ella no abandona el ensayo de La Magia de la Danza.

Continúa con sus fouettes. Sudorosa. Sin el tutú, sin maquillaje. Se desabrocha las zapatillas. Se seca el sudor. Hoy no hay telones ni aplausos. La tienes delante y un mutismo te invade. Ahora solo le observas sus adoloridos pies desnudos.

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