La costa

La niña que fue volvió al risco. Buscaba sus pocetas perdidas. Se embadurnaba el rostro con el salitre extraído del mar. Aspiraba ese salado olor, libre de impurezas. Caminaba con imprecisión, con temor a encajarse los dientes de perro.
 

Avanzaba. La gran piedra seguía intacta, aunque sin iguanas bajo su vientre. Esa piedra a la que subía con ayuda de los mayores, ahora la dominaba. Antes era inmensa, ahora empequeñecida a su vista.
 

En el trayecto encontró vida y muerte dibujada en los pedruscos. Las olas amenazaban contra las rocas. La salpicaban cuando, cada vez, estaba más cerca de la orilla. La mar estaba tranquila, dormida. El silencio quebraba los espacios. No había pescadores. A lo lejos, el horizonte  y el sol se abrazaban.
 

Sus pocetas eran agujeros profundos como cráteres rebosantes de agua. La niña llegó. Se vio reflejada en el fondo. Recordó como allí antaño nadaba, jugaba y reía mientras los grandes pescaban. Ahora ella también estaba grande. La piedra, la poceta se habían reducido o la niña había crecido. 

2 comentarios:

  1. La distancia y el tiempo, hacen que ciertos lugares, queden congelados en la memoria, donde muchas veces debieran permanecer...

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  2. Es cierto Raúl, ese lugar, me trae buenos recuerdos que nunca olvidaré.

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